Homilía ordenación presbiteral de Oscar Vera (pasionista)
Fecha: 21/102023
Lecturas: Jeremías 1,1.4-9; Hebreos 5,1-10; Juan 17,1-26
Autor: Mons. Joseba Segura (Obispo de Bilbao)
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Jeremías, joven sin experiencia, temía no acertar con las palabras. El problema con las palabras no es la dificultad en el decir, porque antes o después llega el oficio. El problema con la Palabra que hoy vas a recibir para que la comuniques a la gente es que el oficio tome control. Y que, a partir de ese momento, sea el oficio y no el corazón el que funcione. Pido al Señor que nunca sea el oficio el que domine; que con oración constante sea Espíritu quien te inspire palabras que lleguen a la gente, palabras que no sean tuyas, sino reflejo de la Palabra que Dios necesita hacer llegar a su pueblo. Pero si, palabras que sean también tuyas porque reflejan la verdad de tu vida.
Algunos mensajeros de la Palabra son brillantes con palabras, otros no tanto. La brillantez ayuda, pero también encubre. Lo que pido a Dios para ti, no es ni capacidad oratoria, ni poderío intelectual, ni gran estudio: todo eso puede ayudar, pero no es crítico para ser un buen religioso y un buen presbítero. Todo eso es importante, pero antes o después la gente ve a través de los brillos. Lo que pido a Dios para ti tiene mucho más que ver con la autenticidad, con la verdad de quien ha descubierto a Cristo y vive en El. Verdad: esa palabrita tan denostada en nuestro tiempo, tan cuestionada en nuestras universidades, tan distorsionada entre los creadores de noticias, tan débil ahora, que provoca sonrisas irónicas o escépticas en los ambientes intelectuales. Pues sí, aquí estamos nosotros, afirmando que Cristo es verdad y es camino, que el Evangelio es verdad, y lo es a pesar de todos los que han dicho que creían y estaban mintiendo, de todos los que han dicho que servían y secretamente se aprovechaban e incluso abusaban. No son tantos como algunos piensan, pero ciertamente los ha habido. Nosotros creemos que hay bien y que hay mal, que hay generosidad y que hay cerrazón, que hay transparencia y que hay ocultamiento. Si, estamos un poco locos, porque creemos en la vida entregada, en la palabra que nos vincula para toda la vida. Creencias verdaderamente contracorriente hoy.
Este es el centro de nuestra celebración: verdad de lo que uno es y no de lo que pretende ser, verdad de quien conoce sus debilidades y las contrasta, y no las esconde, verdad que refleja nuestras auténticas convicciones que, si son ciertas, se traducirán en un modo diferente de vivir; verdad de lo que hacemos y de lo que no hacemos; verdad de quien se sabe pobre, pero cree en la fuerza de Cristo Resucitado y en la gracia que, de esa fuente, nos llega en los sacramentos. No podemos vivir como el mundo. No podemos vivir mundanizados, marcando diferencias solo en el vestir o nuestras adscripciones. Cristo nos llama al contraste, humilde si, pero real. Y a ti, como pasionista, a una vida de pobreza, de castidad y de obediencia, escuela de libertad que libremente has decido transitar.
Hoy Oscar, al ser ordenado como presbítero, vas a convertirte en mediador, tal y como hemos escuchado en la carta a los Hebreos, vas a ser representar ante Dios la debilidad humana, ofreciendo sacrificios en tu debilidad, por la de toda la comunidad. Y, como se nos ha dicho, en la medida que reconozcas esa debilidad, solo en esa medida, serás capaz de llegar a muchos con caridad y misericordia. Solo con el corazón de Jesús, podrás hacer en su nombre lo que Él hizo y sigue haciendo: presentar ante el Señor mediante oraciones y súplicas los sufrimientos y los dramas humanos de tus hermanas y hermanos; y al hacerlo reflejarás tu capacidad de hacer tuya la vida de quienes estén a tu cuidado pastoral. Y poco a poco, como Cristo, aprenderás a ser hijo, a llevar tu servicio con paz y alegría, aprenderás a obedecer, no solo al superior, sino a obedecer a la mejor maestra, que es la vida. Hoy recibirás la dignidad del sacerdocio del único que la tiene por sí mismo. Todos los demás somos reflejo, a veces consistente, a veces pálido, de ese Cristo eterno y único sacerdote.
Ha llegado la hora, dice Jesús en el Evangelio. Pedimos Oscar que, en el momento de tu ordenación, de algún modo el momento de “tu hora,” Dios te bendiga y te glorifique para que tú también puedas glorificarle con el ministerio que vas a recibir. Sabes que glorificar a Dios es servirle en la eucaristía y en la administración de los sacramentos. Pero también es, como lo refleja el Evangelio, imitar a Cristo en la tarea de “manifestar” dice el Evangelio, de “comunicar” podríamos decir nosotros, ese ser de Dios, su santo nombre, a aquellos hijos e hijas del mundo que el Señor va a poner a tu cuidado. Te tocará desgranar el tesoro de la Vida de Dios en experiencias y palabras que sean relevantes para la vida de la gente. No nos faltan palabras, pero no todas son relevantes, significativas para quienes las escuchan. La gente a la que vas a servir vive una gran diversidad de situaciones, muy distintas a las de sacerdotes y frailes y, además, muy diversas entre sí. Para lograr que esas vidas tan distintas a la tuya sean iluminadas por tus palabras, para que tus palabras sean Palabra, vas a tener que salir de ti mismo y escuchar mucho; vas a tener que pedir con gran deseo e insistencia al ES el don de la sabiduría para acompañar, el don de entender a las personas en su vida concreta y real. No es fácil, pero el Señor puede darte ese don. Un servicio muy necesario porque en nuestro entorno, en muchas vidas falta Vida, y lo que abunda es la confusión y el desamparo.
¿A dónde va el mundo? Se preguntan muchos. Es difícil saberlo. Especialmente es difícil saber a dónde va esta Europa viejita: con las tecnologías desarrollándose a toda velocidad, con la búsqueda permanente de un bienestar creciente, con ese afán de tener cosas y renovarlas, comprando más y mejores cosas, con ese cuidado obsesivo del cuerpo que apenas tiene tiempo para cuidar el alma. Este mundo, está necesitado de profecía; no de gritos y graves declaraciones, sino de gente que viva proféticamente en la libertad de Cristo, que es mucha libertad.
En algunos ambientes comienza a escucharse, todavía débil, pero con claridad, el clamor de los que ya echan en falta otras fuentes de agua. Sin soberbia, pero también sin complejos, presentemos nuestra propuesta. Somos sal que se diluye y puede sazonar algunos ambientes, pero también debemos ser luz en medio de oscuridades, claridad que orienta el caminar e ilumina lo que realmente somos y no lo que pretendemos ser, llama que nos hace reconocernos en otros rostros humanos, resplandor que nos alerta sobre el peligro de empeñarse en construir a base de tecnología una gran torre que llegue al cielo. Esa pretensión, la de Babel, una y otra vez actualizada en la historia humana, no puede ser nuestro destino inevitable, porque sabemos cómo acaba: en destrucción y gran confusión.
Dejemos que los psicólogos hagan su magia, dejemos que los sociólogos describan la anomia y sus remedios, que los políticos definan horizontes a corto plazo que, una y otra vez, se abrirán por las costuras. Nosotros centrémonos en lo nuestro: en hablar de Dios, hablar de ese sueño de Dios tiene y que Cristo describía cuando hablaba de su Reino, animar a construir la fraternidad de Dios, embarrándose los primeros, pero con la alegría serena que dan las convicciones humildes, pero firmes. Esa fe sólida es hoy imposible de mantener humanamente: hay que buscarla con entrega, alimentarla en la meditación de la Escritura y en la oración constante, hacerla crecer cerca de Cristo. Sabemos dónde encontrar al Señor, porque él mismo nos ha dicho dónde está: en su Palabra, en la eucaristía y en los pobres.
Oscar,
hoy pedimos por tu futuro como presbítero, para que el Señor, poco a poco
establezca en tu corazón una certeza profunda: que este ministerio, el que hoy
recibes, es un gran don para la vida del mundo, tan necesario hoy, como lo ha
sido desde aquel primer jueves santo. Hermano que vas a ser ordenado
presbítero. Pon tus ojos en Cristo y no los apartes de Él. Y a partir de este
momento, como él mismo nos pidió y con la gracia que hoy llega sobre ti, “vete
y haz tú lo mismo.”